29 de septiembre de 2015

Amores y medio

El flaco: amor adolescente, primero, único. Casi cuesta recordar esa sensación, todo era cierto: contigo pan y cebolla, para toda la vida, amor eterno.
Se crece de a dos y se cambia de a uno. Se planifica cuidadosamente, ordenadito para mí. Se sacan cuentas y se vislumbra futuro, se traen hijos. ¡Lo mejor que me pasó!, hijos de esos que te da la sensación de que podrías criar decenas.
Se sufre, se ama, se intenta, se avanza y retrocede las veces necesarias porque todo se puede.
Dieciocho años después ya no todo se puede, y fuimos creciendo como los chorros de la fuente, que indefectiblemente terminan saliendo atomizados en direcciones opuestas y estrellándose en veredas diferentes.
Después de la angustia, el enojo y la frustración, queda la otra sensación, la de paz y alegría por haber hecho lo que quise, cuando quise y como quise. Sin que nadie se opusiera. Y me dejaron vivir ese amor, aún cuando desde afuera no se viera tal. Y me abrazaron cuando me quedé sola.


El negro: en tiempos de confusión e incertidumbre, de cuentas pendientes e inexperiencia, aparece la salvación: esos ojos moros. Un bello tipo, con más bello corazón, que me adobó cual milanesa en los mejores condimentos, me dio vuelta y vuelta por el rebozador, y me dejo lista para consumo…de otro.
Idas y venidas, escapadas de amanecer, complicidad, pasión, libros, fasos y chicles. Promesas vendidas y compradas con absoluta impunidad, convencimiento y alegría.
Me cargó en el lomo una mochila de Auster, Bukowski, un zippo, una velita amarilla, algún tango, varios kilos de autoestima; y me pegó una patadita certera para que atraviese la puerta de rejas abierta...y viva. Gracias es poco negro.

El sol: con el impulso bien puesto, la tipa había juntado coraje. Y cuando salió el sol decidió que era de ella, para siempre. Esta vez eligió.
Hombre cito. Valiente. Dulce. Compañero. Que me animó a jugarme en contra del mundo, a pelear por él varias batallas, a desear ganarlas todas. Y que se jugó por mí como nadie. Me bañó en orgullo.
Me iluminó la vida con otro hijo y se transformó pero al revés: primero en mariposa y después en oruga. El ciclo de vida se la puso así. Torcida. Y nunca pude enderezarlo. Traté, mucho. Pero no supe.
Y el dolor nos envolvió, nos mutó, nos transformó en dos seres diferentes. Muy a mi pesar entendí que mi reloj se había detenido con nuestro retoño.
En catorce años y pico, se llevó casi todas mis lágrimas pero me dejó tiempos de muchas sonrisas, cine, amor y aprendizaje. Que la vida te premie con lo mejor que tenga guardado. Te lo ganaste, sol!

Punto. 
¿Punto? 
¿Aparte? ¿Seguido?
Mi corazón no se gastó, se fortaleció. Mi carácter no se endureció, se suavizó. Y ahora con medio siglo encima y una historia dura, quiere más.
No se equivoca, porque nunca se equivocó. Quiere que lo elijan con todo el bagaje encima, así: cascoteado y dispuesto, que se jueguen una vez más.
Porque la muy altanera, se piensa que lo merece.

1 comentario:

Ro dijo...

Linda Ceci... claro que te lo merecés!
Me encanta cuando podés escribir así las cosas. En un par de párrafos simplificaste una vida.