El flaco: amor adolescente,
primero, único. Casi cuesta recordar esa sensación, todo era cierto: contigo
pan y cebolla, para toda la vida, amor eterno.
Se crece de a dos y se
cambia de a uno. Se planifica cuidadosamente, ordenadito para mí. Se sacan
cuentas y se vislumbra futuro, se traen hijos. ¡Lo mejor que me pasó!, hijos de
esos que te da la sensación de que podrías criar decenas.
Se sufre, se ama, se
intenta, se avanza y retrocede las veces necesarias porque todo se puede.
Dieciocho años después ya no todo
se puede, y fuimos creciendo como los chorros de la fuente, que
indefectiblemente terminan saliendo atomizados en direcciones opuestas y
estrellándose en veredas diferentes.
Después de la angustia, el
enojo y la frustración, queda la otra sensación, la de paz y alegría por haber
hecho lo que quise, cuando quise y como quise. Sin que nadie se opusiera. Y me
dejaron vivir ese amor, aún cuando desde afuera no se viera tal. Y me abrazaron
cuando me quedé sola.
El negro: en tiempos de
confusión e incertidumbre, de cuentas pendientes e inexperiencia, aparece la
salvación: esos ojos moros. Un bello tipo, con más bello corazón, que me adobó
cual milanesa en los mejores condimentos, me dio vuelta y vuelta por el
rebozador, y me dejo lista para consumo…de otro.
Idas y venidas, escapadas
de amanecer, complicidad, pasión, libros, fasos y chicles. Promesas vendidas y
compradas con absoluta impunidad, convencimiento y alegría.
Me cargó en el lomo una
mochila de Auster, Bukowski, un zippo, una velita amarilla, algún tango, varios
kilos de autoestima; y me pegó una patadita certera para que atraviese la
puerta de rejas abierta...y viva. Gracias es poco negro.
El sol: con el impulso bien
puesto, la tipa había juntado coraje. Y cuando salió el sol decidió que era de
ella, para siempre. Esta vez eligió.
Hombre cito. Valiente.
Dulce. Compañero. Que me animó a jugarme en contra del mundo, a pelear por él
varias batallas, a desear ganarlas todas. Y que se jugó por mí como nadie. Me
bañó en orgullo.
Me iluminó la vida con otro
hijo y se transformó pero al revés: primero en mariposa y después en oruga. El
ciclo de vida se la puso así. Torcida. Y nunca pude enderezarlo. Traté, mucho.
Pero no supe.
Y el dolor nos envolvió,
nos mutó, nos transformó en dos seres diferentes. Muy a mi pesar entendí que mi
reloj se había detenido con nuestro retoño.
En catorce años y pico, se
llevó casi todas mis lágrimas pero me dejó tiempos de muchas sonrisas, cine,
amor y aprendizaje. Que la vida te premie con lo mejor que tenga guardado. Te
lo ganaste, sol!
Punto.
¿Punto?
¿Aparte? ¿Seguido?
¿Punto?
¿Aparte? ¿Seguido?
Mi corazón no se gastó, se
fortaleció. Mi carácter no se endureció, se suavizó. Y ahora con medio siglo
encima y una historia dura, quiere más.
No se equivoca, porque
nunca se equivocó. Quiere que lo elijan con todo el bagaje encima, así:
cascoteado y dispuesto, que se jueguen una vez más.
Porque la muy altanera, se
piensa que lo merece.
1 comentario:
Linda Ceci... claro que te lo merecés!
Me encanta cuando podés escribir así las cosas. En un par de párrafos simplificaste una vida.
Publicar un comentario