Gracias.
Gracias. Gracias.
Porque se
dio y me animé. Y te animaste.
Porque tenés
un humor hermoso que mantiene la paz.
Porque me
dijiste que sin que me diera cuenta, me ibas a sacar el resorte del culo.
Porque
manejás tranquilo y divirtiéndote y le decís a los vecinos de tránsito “Van a
tener que hacer fila para chuparme los huevos. Y acotás: no te preocupes que
después me desinfecto, pero para ellos no me depilo.”
O les decís
chupiripitame la piripitonga.
Porque te
gusta el mar, meterte y jugar. Y quedarte hasta que se arrugan los dedos.
Porque comés
cualquier cosa, magníficos mariscos, o arroz con arvejas y choclo. Y disfrutás
todo.
Por los
partidos que perdí al truco y a la paleta.
Por la
arrinconada en la bañadera y la ducha interminable.
Por la
energía sacada de no sé dónde y brindada a borbotones.
Por
arreglar los levantavidrios conmigo y reírte del percance, o encajarnos en un médano
en medio de la tormenta y tomártelo con toda tu calma y sólo esperar.
Por ser vos
y dejarme ser yo, sin límites. Ningún límite.
Por tu
despiste que se parece al mío, que nos llevó a intentar abrir un auto que no
era nuestro. Por salir disparando conmigo y reírte de nuevo de nuestra locura.
Por tu
tiempo, tus mimos y tu compañerismo.
Porque me
ensañaste a alegrarme por tu alegría de reencuentros, y porque pude compartirlo
viéndote feliz.
Por ser mi
chofer. Por elegir el mar, las sierras o la laguna con la misma buena disposición.
…y después
pretendés que no te rapte!
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