24 de septiembre de 2015

Guerreando

Fue una batalla descarnada, sin vencidos. Y sin vencedores.
Una guerra sin cuartel, de lucha cuerpo a cuerpo, bañada en éxtasis y agonía. Sin más armas que los cuerpos pero con el todo de ellos. Manos, uñas y dientes transformados en armas de guerra. Derrapes sobre el barro claro y suave en plena oscuridad. Sin ver rostros, solo al tacto, el olfato, el oído, el gusto; sabios y certeros. Muy certeros.
Batallas extensas y agotadoras, que dejan sed de venganza. Que envalentonan.
El sentido de oponente desdibujado y confuso, que casi como Hannibal deja la duda sobre las intenciones despiadadas, y las confunde con amor por la víctima. Destrozando defensas. Rompiendo cercos del corazón.
Guerras para sostener, batallas para volver a librar, cuentas pendientes, tiempo afuera…para volver a declarar pelea.
Sin matar, jamás. Las víctimas no quieren liberarse, solo esperan volver al campo de batalla, a derramar el jugo de vida que debilita. Y fortalece al mismo tiempo.

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