17 de diciembre de 2015

¿Y después de las doce?

De vez en cuando la vida, se nos brinda en cueros. Y nos regala un sueño tan escurridizo, que hay que andarlo de puntillas por no romper el hechizo.
Esto de sentir que la vida se suelta el pelo y me invita a salir con ella a escena, tiene la contrapartida de que pone mi mente a esperar el momento en que me gaste la broma, y me despierte chupando un palo sentada sobre una calabaza.

Cuando me di cuenta de que mi propio bienestar dependía exclusivamente de mí, empecé a emprender acciones encaminadas a hacerme sentir cada día un poco mejor. Más o menos fácil o difícilmente, comencé a encontrar maneras de hacerme sentir bien, y me di cuenta de que podía crear una especie de escalera. Con el paso de los días y las semanas, desarrollé mis propios mecanismos y estrategias para hacerme sentir bien, cada vez mejor. Cada semana ponía en mi agenda más cosas que sabía que me resultarían agradables y placenteras. Me aseguraba de que me daba todo lo que necesitaba. Pronto sentirme bien se convirtió en la norma. 
El problema es que había veces en las que me sentía tan bien que me sentía mal por sentirme tan bien.
De algún modo pensaba que existía una cantidad limitada de placer y bienestar que podía sentir, y que si la gastaba luego no habría más. Así que a veces me sentía fantásticamente bien y después me sentía mal por sentirme tan bien, en una extraña y muy humana paradoja.

¿Cuánto placer puedo soportar? Esa es una pregunta que sí que vale la pena hacerse.


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