Y un día me quedé en silencio. No tuve más que decir.
Las otras palabras me envolvieron, me superaron, me
paralizaron. No había respuesta. Mi verborragia yacía desvalida apoyada sobre
mis codos que descansaban en la mesa.
Por mi cabeza pasaban palabras deshilvanadas que no
lograban encadenarse en nada coherente.
A mí, que siempre tuve algo que decir, que fui la
reina de la acotación, me callaron.
Y me encantó.
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